Algunas historias sobrenaturales del Cementerio del Saucito

Foto: Javier Álvarez  

Historia del Cementerio del Saucito

En 1885 existían ocho cementerios distribuidos en la ciudad de San Luis Potosí y sus siete barrios: el de San Cristóbal del Montecillo (1793-1912), el de Nuestra Señora de los Remedios de Tequisquiápam (1833-1914), el de Santiago del Río (desaparecido en el decenio 1920-1929), dos en Santísima Trinidad o San Miguelito, uno en San Sebastián, el del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe (1853-decenio 1920-1929) y el de San Juan de Guadalupe (1870-1892), los dos últimos en el mismo barrio.

En ese año de 1885 el Ayuntamiento de la capital consideró que era necesario construir un nuevo cementerio para beneficio de la salubridad pública. Por dos años se realizaron estudios y gestiones, mismos que concluyeron en el decreto de la legislatura correspondiente. Para mayo de 1886, el periódico El Estandarte anunciaba que el señor Matías Hernández Soberón tenía el proyecto de erigir un panteón por el rumbo occidental de la ciudad.

El lugar apropiado se localizaba cerca de la ermita de Nuestro Señor de Burgos del Saucito, a cuatro kilómetros de la ciudad. El terreno era seco, de tierra delgada, por lo que resultaba apropiado ya que era inútil para sembrar, además se podría llegar a él a través de tranvía. El 31 de octubre de 1887, el Congreso del Estado autorizó contratar a la Compañía Constructora del Cementerio, presidida por Matías Hernández Soberón, quien financió con 20 000 pesos el inicio de los trabajos.

El Cementerio del Saucito se inauguró el 16 de septiembre de 1889 como parte de las celebraciones del XCVII Aniversario de la Independencia de México. Entró en funcionamiento regular el 12 de octubre de 1889. En 1889 fue necesario aportar 5 000 pesos más para finalizar la obra.

El cementerio estaba dividido en dos partes: al frente se ubicaban las fosas de primera a quinta clase, abarcando los primeros 500 metros; enseguida se encontraba una pared tras la cual se situaban las de sexta clase y la fosa común. Ese muro servía, por la parte posterior, como cuadro de fusilamiento. De este lado tenía un portal techado con un poyo de mampostería en el centro para depositar los cadáveres.

El cementerio contaba con un pasillo central a cuyos costados se enterraba a los de primera clase. Es en esta parte donde se localizan los principales mausoleos y tumbas de fino mármol. La disposición espacial de los lotes se ordenó en relación con este pasillo, pues las siguientes manzanas, ubicadas a los lados, correspondían a segunda, tercera, cuarta, quinta y sexta clase. Por el hecho de pertenecer a esta categoría social es que no existen ahora los restos de sus sepulturas, pues además de que seguramente fueron muy sencillas, la mayoría de los cadáveres fueron exhumados por no estar a perpetuidad.


Monumentos funerarios

Durante la Colonia los monumentos funerarios eran una excepción que al paso del tiempo se generalizó. Para la mayoría de las personas, las sepulturas eran uniformes: un túmulo con una cruz; la variedad iconográfica no iba más allá de una calavera y unas tibias cruzadas. Los monumentos más ostentosos eran para distinguidos personajes de la alta sociedad.

Hacia finales del siglo XIX se mantuvieron las diferencias sociales, pero cada vez más personas tuvieron la posibilidad de construir monumentos funerarios, que iban desde una lápida hasta ostentosos mausoleos. Se adoptó una iconografía más rica y variada, con símbolos paganos y religiosos, algunos de ellos que datan de la era precristiana.

El monumento funerario representó la ofrenda perenne que los deudos dedicaron al fallecido. La preocupación por dejar una marca en el tiempo y en el espacio, por procurar la memoria compartida por los más ricos y los más pobres; cada cual de acuerdo con sus capacidades económicas hizo el esfuerzo de escapar a la verdadera muerte: el olvido.

La construcción de los monumentos funerarios fue la confluencia entre la mundialización de la economía, la Revolución Industrial, las ideas ilustradas y las nuevas actitudes ante la muerte. Los arquitectos tuvieron la oportunidad de desarrollar una nueva arquitectura racional, de cuerpos geométricos y formas puras. La arquitectura y escultura funerarias del siglo XIX se desarrollaron dentro de la corriente estética del romanticismo, con la idea del jardín al servicio de la muerte. Se construyeron monumentos cargados de romanticismo, de manera que desaparecieron los osarios.

En mucho, la construcción de los monumentos en San Luis Potosí dependió de la ubicación y el tamaño del terreno concedido en el cementerio. A pesar de que las dimensiones y diseños de los monumentos estuvieron condicionados por las disposiciones reglamentarias, las propuestas estéticas de los constructores tuvieron un lugar para expresarse. Arquitectos, escultores, marmoleros y canteros, tanto italianos como potosinos, desarrollaron un trabajo que a la fecha perdura.


Historias de terror

Poleth Viridiana, la mensajera de los olvidados

La maestra de primaria llegó a clase con los ojos brillantes de lágrimas. Los niños se preguntaban qué era lo que le pasaba, pues no se veía triste. Algo como una sonrisa se dibujaba en sus labios. Ella no pudo guardarse la experiencia que acababa de tener, y decidió compartirla con los niños. Esto fue lo que les contó:

“Tuve un sueño, como tantos sueños raros o divertidos, extraños o atemorizantes. Un sueño más, eso pensé al principio. Era una niña que me hablaba, y me decía que fuera yo a visitar a mi padre, que lo tenía muy olvidado.

“Aquello no me hizo impresión, era un sueño, después de todo. Pero igual decidí ir a visitar a papá, era cierto que hacía mucho tiempo no limpiaba su tumba ni ponía en ella un ramo de flores.

“Mi padre descansa en el cementerio más antiguo de la ciudad de San Luis Potosí, el Panteón del Saucito. Lamento decir que la suya es una más de tantas tumbas que yacen olvidadas, sin un familiar o un amigo que se ocupe de deshierbarlas, de limpiarlas, de demostrar un poco de cariño por quién bajo esa lápida reposa.

“Así, a la mañana siguiente, me dispuse a visitar a papá. Me ocupé de su sepultura y hablé con él por un rato, le dejé unas flores, una oración, me despedí y me dirigí hacia la salida.

Cuando caminaba sobre la Avenida Principal donde se encuentran las tumbas más antiguas y hermosas del cementerio, me llamó la atención una, bastante reciente, no era una tumba convencional y parecía un poco fuera de lugar. Cuando me acerqué, no resistí la tentación de mirar a través de las pequeñas ventanas, aquello era una casa de muñecas, limpia y arreglada, a la puerta, jarrones de flores frescas y dos pequeños arbolitos hacían guardia.

En el interior, dispuestos con primor, angelitos de diferentes formas y estilos, muñecas y peluches, y al fondo… Sentí que mis pies perdían el piso, al fondo, en una fotografía, estaba ella, la niña que soñé, y quien me había entregado el mensaje de mi padre…

Después de todo no había sido un sueño más. No pude reprimir el llanto, no sé si lloraba de tristeza, de remordimiento, de alegría o de agradecimiento, no sé, pero no podía parar de llorar y de sonreír al mismo tiempo.

Como pude regresé a mi casa, después de fijarme bien en el nombre de la pequeña mensajera, Poleth Viridiana, para contarlo a todo el que quiera escucharme, para decirles que nuestros muertos necesitan que les recordemos, que los visitemos y que oremos por ellos, para decirles que yo lo sé porque Poleth me lo dijo…”

La clase estaba en silencio. Las lágrimas brillaban ahora también en los ojos de los niños, en cuyas mentes trataba de tomar forma la tumba del abuelo, o de aquella querida tía a la que no habían vuelto a visitar, y en cuyos corazones recién nacía el deseo de volver a acariciar aquella lápida, y hablar frente a ella como lo hacían en vida de ese ser querido.

Una pequeña alzó tímidamente su mano. Al indicarle la maestra que podía hablar, sólo dijo: “Maestra, yo la conocía, Poleth era mi prima…”

Saliendo de la escuela, la niña corrió a casa de su tía. “Tía, te manda felicitar mi maestra”. Y le contó lo sucedido a la mamá de Poleth. Y la mamá de Poleth me lo contó a mí, mientras pintaba la casita de muñecas, un día antes del cumpleaños de la niña, porque ahí, en el cementerio, le hacen su fiesta cada año. Y contando esta historia aquí y ahí, hoy sé que Poleth acostumbra visitar en sueños a quienes tienen a sus difuntos en el olvido, para pedirles que les dediquen unos momentos…

Si sueñas una pequeña que te recuerda a tus muertos, no eches el sueño en saco roto. Seguramente es Poleth, y el mensaje que te entrega tiene un remitente que sufre por tu olvido…

Escrito por Sara Helga.


La escultura que derrama lágrimas

Cuentan que en la tumba de una familia de apellido Bustamante, con fecha de 1895, han visto a la escultura de una virgen derramar lágrimas. En días de Muertos mucha gente va a ver esa tumba por curiosidad y le deja ofrendas.