Lo más probable es que, sin importar cuántos estudios se hagan, nunca terminaremos de desvelar los misterios que contiene nuestro cerebro. Parte de este desconocimiento ha provocado que a lo largo de la historia se vayan creando mitos alrededor de éste órgano que nos controla. Así que, con información de Hipertextual, aquí tenemos 5 mitos del cerebro humano que persisten a la fecha y por qué no son ciertos.
Utilizamos solo un 10% del cerebro
Según explicaba el neurocientífico Barry Gordon, la verdad es que nuestro cerebro está casi completamente activo durante todo el tiempo, incluso cuando descansamos. Si el mito del 10% del cerebro fuera real y sufriéramos algún traumatismo, nuestro órgano podría compensar los daños empleando el 90% restante, ¿verdad? La experiencia nos dice que esto también es falso: cuando se produce un problema en alguna parte del cerebro suele haber afectación en habilidades como el habla, la visión u otras capacidades. Otros hechos que desmienten la limitada actividad del cerebro se basan en estudios acerca de su estructura, la diferente localización de sus funciones o en análisis metabólicos, como recordaba un trabajo publicado en British Medical Journal.
¿Hay un cerebro izquierdo y otro derecho?
“La lógica reside en el hemisferio izquierdo, mientras que el derecho alberga las emociones y la creatividad”. Seguro que hemos oído muchas veces esta frase, aunque sea completamente falsa. Lo que es verdad es que contamos con dos hemisferios cerebrales, dos masas densamente plegadas en las que la información fluye en un viaje de ida y vuelta a través del cuerpo calloso.
Aunque sí es verdad que existen funciones cerebrales localizadas en una determinada región, como el lenguaje, el procesamiento visuoespacial o algunas tareas matemáticas, lo cierto es que en la mayor parte de habilidades se ven regiones más activas en los hemisferios, sin que ninguno de los dos domine sobre el otro.
¿Cerebros reptilianos?
En los años sesenta, Paul MacLean propuso una hipótesis para explicar cómo se organiza el cerebro humano denominada cerebro triúnico. La idea es que contábamos con tres cerebros diferentes, el lado reptiliano, el sistema límbico y la neocorteza, que actuaban de forma independiente e interconectada. Según esta hipótesis, el cerebro reptiliano, también denominado complejo-R, funcionaría como una estructura primitiva, controlando comportamientos instintivos relacionados con la pura supervivencia mediante tres estructuras, los ganglios basales, el tronco del encéfalo y el cerebelo. El modelo de MacLean defiende que el cerebro se forma a partir de un proceso de superposición de capas, y que el estrato más profundo y primitivo consiste precisamente en el cerebro reptiliano.
La evolución no funciona simplemente añadiendo capas o estratos; por otro lado, las estructuras que MacLean asoció a los reptiles, como los ganglios basales, existen en todos los grupos de vertebrados y actividades como el cuidado de las crías también se observan en aves o peces.
¿Funciona el aprendizaje visual, auditivo y háptico?
Otro de los neuromitos más conocidos defiende que el aprendizaje ocurre a través de diferentes canales de la percepción, por lo que eligiendo la vía adecuada, será posible incrementar la eficacia con la que aprendemos nuevos conceptos e ideas. Sin embargo, tal y como apunta la neurocientífica Ulrike Rimmele, la hipótesis del aprendizaje visual, auditivo y háptico, muy extendido en pseudociencias como la programación neurolingüística, es falsa.
Nuestro cerebro no funciona de forma aislada y aunque haya cierta especialización en algunas regiones, tampoco va a trabajar mejor en función de que la información recibida se perciba por canales visuales, auditivos o kinestésicos. Lo más importante, según los estudios, es que comprendamos la información antes de adquirir nuevos conocimientos, lo que nos permitirá reforzar dicho aprendizaje.
Escuchar Mozart te hará más inteligente
El mito lleva circulando desde hace casi veinticinco años. Todo empezó con la publicación de un polémico estudio en Nature, donde tres investigadores analizaron cuál era el impacto de escuchar durante diez minutos una sonata de Mozart en estudiantes universitarios que debían realizar luego un test de razonamiento espacial. Poco importó que el estudio no se hiciera en bebés ni en niños pequeños y que tampoco midiera el supuesto aumento general de la inteligencia, sino más bien la habilidad a la hora de doblar y cortar papeles.
La leyenda se fue extendiendo poco a poco hasta dar lugar al efecto Mozart, que tuvo que desmentir el Gobierno de Alemania tras realizar una investigación que corroboró que en realidad se trata de un puro truco publicitario, es decir, que escuchar cualquier pieza de Mozart no aumenta nuestra inteligencia.
Según una revisión publicada en la Revista de Neurología, “los efectos de la exposición a la música de Mozart (efecto Mozart), cuando se presentaron, se restringieron a una habilidad específica que no permaneció durante más de algunos minutos”. Lo que sí apuntan los expertos es que escuchar música placentera afecta a nuestro ánimo de forma positiva.