El 1 de mayo, a pesar de lo que se pudiera pensar, no se conmemora el trabajo. En realidad es el día internacional de los trabajadores, no el día del trabajo, aunque así lo llamemos nosotros. Y tampoco es sólo un día en el que nos permiten no ir a trabajar por más paradójico que suene. Es un día para recordar la lucha por los derechos de los trabajadores.
Su origen se remonta al año 1886, en Estados Unidos, donde se desató una huelga por quienes fueron llamados anarquistas y comunistas, que no buscaban otra cosa más que mejores condiciones laborales, específicamente hablando de horarios.
Entonces (aunque se siga presentando en la actualidad en muchos lugares) las jornadas laborales, por ley, podían llegar hasta las 18 horas o más “en caso de necesidad”, lo que sea que eso significara. La huelga se presentó para exigir un horario laboral de ocho horas, defendiendo la premisa de ocho horas de trabajo, ocho horas de ocio y ocho horas de descanso.
La mayoría de los obreros estaban afiliados a la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo, pero tenía más preponderancia la American Federation of Labor (Federación Estadounidense del Trabajo). En su cuarto congreso, realizado el 17 de octubre de 1884, ésta resolvió que desde el 1 de mayo de 1886 la duración legal de la jornada de trabajo debería ser de ocho horas, yéndose a la huelga si no se obtenía esta reivindicación y recomendándose a todas las uniones sindicales que tratasen de hacer leyes en ese sentido en sus jurisdicciones.
El 1 de mayo de 1886, 200 000 trabajadores iniciaron la huelga, mientras que otros 200 000 obtenían esa conquista con la simple amenaza de paro.
En Chicago, donde las condiciones de los trabajadores eran mucho peor que en otras ciudades del país, las movilizaciones siguieron los días 2 y 3 de mayo. La única fábrica que trabajaba era la fábrica de maquinaria agrícola McCormick que estaba en huelga desde el 16 de febrero porque querían descontar a los obreros una cantidad de sus salarios para la construcción de una iglesia. El día 2, la policía había disuelto violentamente una manifestación de más de 50 000 personas y el día 3 se celebraba una concentración en frente de sus puertas; cuando estaba en la tribuna el anarquista August Spies, sonó la sirena de salida de un turno de rompehuelgas. Los concentrados se lanzaron sobre los scabs (amarillos) comenzando una pelea campal. Una compañía de policías, sin aviso alguno, procedió a disparar a quemarropa sobre la gente produciendo 6 muertos y varias decenas de heridos.
En respuesta a este acto, el periodista Adolf Fischer, redactor del Arbeiter Zeitung, redactó una proclama que decía:
Trabajadores: la guerra de clases ha comenzado. Ayer, frente a la fábrica McCormik, se fusiló a los obreros. ¡Su sangre pide venganza!
¿Quién podrá dudar ya que los chacales que nos gobiernan están ávidos de sangre trabajadora? Pero los trabajadores no son un rebaño de carneros. ¡Al terror blanco respondamos con el terror rojo! Es preferible la muerte que la miseria.
Si se fusila a los trabajadores, respondamos de tal manera que los amos lo recuerden por mucho tiempo.
Es la necesidad lo que nos hace gritar: ¡A las armas!.
Ayer, las mujeres y los hijos de los pobres lloraban a sus maridos y a sus padres fusilados, en tanto que en los palacios de los ricos se llenaban vasos de vino costosos y se bebía a la salud de los bandidos del orden…
¡Secad vuestras lágrimas, los que sufrís!
¡Tened coraje, esclavos! ¡Levantaos!
La proclama terminaba convocando un acto de protesta para el día siguiente, el cuatro, a las cuatro de la tarde, en la plaza Haymarket. Se consiguió un permiso del alcalde Harrison para hacer un acto a las 19:30 en el parque Haymarket. Los hechos que allí sucedieron son conocidos como la revuelta de Haymarket.
Se concentraron en la plaza de Haymarket más de 20 000 personas que fueron reprimidas por 180 policías uniformados. Un artefacto explosivo estalló entre los policías produciendo un muerto y varios heridos. La policía abrió fuego contra la multitud matando e hiriendo a un número desconocido de obreros.
Se declaró el estado de sitio y el toque de queda deteniendo a centenares de trabajadores que fueron golpeados y torturados, acusados del asesinato del policía.
El 21 de junio de 1886, se inició la causa contra 31 responsables, que luego quedaron en ocho. Las irregularidades en el juicio fueron muchas, violándose todas las normas procesales en su forma y fondo, tanto que ha llegado a ser calificado de juicio farsa. Los juzgados fueron declarados culpables. Tres de ellos fueron condenados a prisión y cinco a muerte, los cuales serían ejecutados en la horca.
Los sucesos de Chicago además costaron la vida de muchos trabajadores y dirigentes sindicales; no existe un número exacto, pero fueron miles los despedidos, detenidos, procesados, heridos de bala o torturados. La mayoría eran inmigrantes europeos: italianos, españoles, alemanes, irlandeses, rusos, polacos y de otros países eslavos.
Por esta razón es que en Estados Unidos no se celebra el primero de mayo como el día de internacional de los trabajadores, en su lugar, se celebra el Labor Day el primer lunes de septiembre. Canadá se unió a esta celebración a partir de 1984.
Así que ya lo saben, no se trata del “día del trabajo” y no es sólo para dejarnos descansar de nuestros horarios de ocho, diez o doce horas un día más del año. Recordemos que la mayoría de los derechos que tenemos en la actualidad, por más que nos parezcan insuficientes, son gracias al sacrificio de personas que lucharon por ellos en algún momento.